Sin duda, ya es sabido sobre la velocidad en que se producen
y circulan nuevos conocimientos en la
sociedad de la información dando la sensación de inabarcabilidad y generando el
reconocimiento de la necesidad de establecer mecanismos que faciliten el “aprendizaje
continuo”.
Por un lado esto conmovió la seguridad y tranquilidad que
otorgaban a los docentes los conocimientos estáticos derivados de otros modos y
tiempos en la producción de conocimiento y de nuestro rol como garantes de la
reproducción de esos saberes legitimados científicamente.
Por otro lado, con respecto a esto últiimo, los saberes que
gozaban de respeto en el ámbito universitario en aquellos producidos producidos
por los Popes de la disciplina, implicando una desvalorización a la propia
palabra como docentes y a la de los alumnos.
Con respecto a todo esto, la revolución impuesta por las
nuevas tecnologías, no sólo cambió estos parámetros, sino que sobre todo puso
en duda si la Universidad es el lugar de la Producción y Reproducción de saber
por excelencia, lo que conmueve las bases de distribución del saber y, por
ende, las relaciones de poder que de ella dependen.
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